Cuando la verdad es reemplazada por el silencio,
el silencio es una mentira.
Yevgeny Yevtushenko
“La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. Así, textual.
¿Quién lo dijo? Un truhan, un bufón que ya no da risa, un bufón que ya no apuesta por la risa sino por el enojo, ya no por el sentido del humor sino por la ira: un tal Brozo. ¿Dónde lo dijo? Desde el autoexilio, en su cada vez más virtual espacio en LatinUS, que, hay que subrayar, más que responder a los intereses de los latinos lo hace a los de los US. ¿Con quién lo dijo? Teniendo como invitada a otra prócer de la Patria y ejemplo excelso de mesura y objetividad, la senadora panista Lilly Téllez. He ahí las circunstancias que forman el contexto. ¿Cómo poner en duda las palabras del amargadísimo cómico? ¡Qué importa que no haya presentado prueba alguna! Seguro él no necesita encuestas para saber lo que piensa y siente la mayoría de los más de 130 millones de seres humanos que habitamos México.
De nuevo: “La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. El aserto del payaso se refería al episodio ocurrido el 27 de agosto pasado, en la casona de Xicoténcatl, cuando el presidente nacional del PRI, el senador Alejandro Moreno Cárdenas, se trepó a la tribuna, resguardado por cinco canchanchanes de su partido, para agredir a golpes, con premeditación, alevosía y ventaja, al presidente del Senado, el morenista Gerardo Fernández Noroña. Esa civilizada manera de dirimir las diferencias —“a chingadazos”, según las propias palabras del priísta aludido— fue, según Brozo, “vista con buenos ojos por la mayoría de los mexicanos”.
Y si quedaba alguna duda, el estropeado payasejo dijo: “La gente le aplaudió a Alito”. Ojo: “la gente”, ya no la mayoría de los mexicanos, ahora “la gente”, toda, porque, se entiende, para el súper ego maquillado del señor Víctor Trujillo quienes no aplaudimos la conducta porril del campechano priísta quizá seamos camellos o palmeras de camellón o piedras o marcianos, pero no gente. Al menos no gente como la que conforma su auditorio.
La argucia del payaso de Latinus es simple y, aunque hoy potenciada por la tecnología, milenaria: se mantiene a un grupito de despistados engañado diciéndoles, pongamos, que a los marranos les salieron alas y están aprendiendo a volar o que AMLO vive en un bunker bajo tierra en Palenque o que la presidenta recibe instrucciones desde el Kremlin, o lo que sea, cualquier cosa, la barrabasada que ustedes gusten…, y además, muy importante, con frecuencia se les dice machaconamente que la mayoría de la gente piensa así, exactamente igual que ellos. Entonces, ¡bingo!, los integrantes de ese grupito de personas, no importa cuántos sean, y menos importa entre más dispersos estén, pasan a considerarse a sí mismos “la gente” —una variante común es engatusarlos haciéndoles saber que así, como ellos, piensan los inteligentes, los bien informados—. Ahora, siempre existe el inconveniente, por supuesto, de que resulta imposible mantener a nadie el 100% de su vida pegado a la pantalla mirándote y que, por tanto, todos los miembros del grupo habrán de enfrentarse eventualmente a ese molesto inconveniente que llamamos realidad, realidad en la que, además, abundan los otros, los demás, los que piensan diferente o al menos no, en este caso, como Brozo. Entonces, para defender la sugestión también tienes que proveerlos continuamente de las argucias e insultos que les permitan decirle a los molestos otros que no, que los equivocados son ellos y que, además, son, claro, una minoría rascuache.
El payasejo no es un caso aislado. Brozo, LatinUS, las señoras Téllez y Dresser, los señores Ciro y Alazraki, los Chumeles y los Zuckermanns, el propio Alito, el panista Romero y, desafortunadamente, con ellas y con ellos la mayoría de los medios tradicionales y sus huestes de lectores de noticias y bulos y opinócratas caídos en desgracia, actúan como una cámara de eco para un determinado segmento de la población, un segmento ciertamente minoritario pero que se cuenta por millones, haciendo pasar su postura como mayoritaria. Los discursos del payaso y el de la… senadora alimentan un sesgo de confirmación: su audiencia consume su contenido porque refuerza sus creencias previas. Buscar pruebas para seguir creyendo es más fácil que poner a prueba nuestras creencias.
¿Y cómo es posible que siendo en realidad minoritarios resuenen tanto y repercutan en el ágora nacional? En buena medida porque del otro lado hay una mayoría cuya postura está escasamente representada en medios. Por ejemplo, usando el mismo caso: prácticamente todos los periódicos reportaron primero en línea y al otro día en sus ediciones impresas que el episodio se había tratado de “un pleito”, de “una confrontación” entre Alito y Fernández Noroña, y no de lo que a evidentemente fue: una agresión física del priísta a la cual la parte agredida no tuvo respuesta. Así también fue difundido el asunto en la mayoría de los noticieros de radio y televisión. ¿Y los lectores, el público, las audiencias?
La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann explica que muchas personas tienden a ocultar sus opiniones cuando perciben que son diferentes respecto a lo que se dice en los medios hegemónicos, por miedo al aislamiento social. Postula que la opinión pública actúa como una especie de “piel social”, regulando la integración y el aislamiento. “La espiral del silencio”, así nombró Noelle-Neumann a su teoría (Elisabeth Noelle-Neumann, The spiral of silence: public opinion, our social skin, 1984). La alegoría de la espiral es acertada porque de alguna manera da cuenta de la paradójica situación que se pretende explicar: cuantas más personas callan sus posturas disidentes respecto a la versión de los hechos que los medios difunden, más palmariamente parecen ser minoría. La opinión difundida como mayoritaria se consolida y se amplifica, aunque no refleje necesariamente el parecer real de la sociedad. Un círculo vicioso que consolida el llamado“clima de opinión”: la percepción de lo que “la mayoría piensa”. Así, los medios de comunicación pueden crear la impresión de que ciertas posturas son mayoritarias cuando realmente no lo son. La opinión pública no es lo que cada uno de nosotros piensa, tampoco su agregado, sino aquello que uno considera que puede expresar en público sin riesgo de aislamiento social.
La violencia simbólica de la que habló Pierre Bourdieu puede, en efecto, tener cara de payaso. Lo verdaderamente importante no es la burda mentira de un bufón deslucido ni el castigo por el lamentable suceso ocurrido en el Senado, sino el modo en que se construye el consenso aparente en la esfera pública: cuando se repiten hasta el cansancio ciertas versiones, cuando se hace pasar a un segmento por la totalidad, cuando se margina a las mayorías, la mentira del silencio se vuelve más eficaz que cualquier grito. Reconocerlo es indispensable para desmontar la espiral del silencio y devolver a la ciudadanía la voz que los payasos pretenden arrebatarle.