One can fight evil but against stupidity one is helpless.
Henry Miller, Sextet: Six essays.
Antes de poder establecer la tercera de Las leyes básicas de la estupidez humana, Carlo M. Cipolla debe hacer un intervalo técnico, en el que reflexiona sobre la naturaleza social del ser humano y encuadra el concepto de estupidez en una inteligente clasificación de las relaciones interpersonales. El pensador italiano esboza un espectro de la sociabilidad, en cuyos extremos hallamos, por un lado, a quienes evitan a toda costa el contacto con los demás por considerarlo una carga, y por el otro, a quienes no soportan la soledad, por lo que prefieren cualquier compañía, incluso de la de gente más indeseable. Es decir, en una antípoda, tenemos al hurañus maximus, al asocialito, el misántropo pleno; y en la opuesta, al filantropus delirantis, al compas totus, al sociabilis incontenibilis… Considera que la mayoría de nosotros se inclina más hacia esta segunda categoría. Aquí, Cipolla, no se aguanta las ganas de citar a Aristóteles y nos recuerda que para el alumno de Platón el hombre es “un animal social” —como lo hace el italiano, suele citarse a Aristóteles con cierta imprecisión: él no escribió que el hombre fuera un animal social, sino político (politikón zōion), en el sentido de que su verdadera naturaleza era vivir en la polis, en la ciudad, en convivencia cercana y cotidiana con otros humanos—. Con todo y que los divorcios siguen en aumento y que el ideal ingenuo del individuo autónomo sigue imponiéndose en nuestra cultura, la soledad continúa entendiéndose como un mal. Partamos pues de que la gran mayoría de los sapiens prefiere estar mal acompañados que solos.
Cipolla sostiene que “toda interacción humana, incluso la omisión o el rechazo del contacto, conlleva un efecto sobre los otros”. Podemos decir, pues, que concuerda con el primer axioma de la teoría de la comunicación humana de Paul Watzlawick —puesto que todo comportamiento es una forma de comunicación, es imposible no comunicarse, y toda comunicación genera reacciones—. Ahora, Cipolla explica que el efecto de cualquier interacción humana puede entenderse en términos de ganancias o de pérdidas, tanto para quien la ejecuta como para los demás. Establecido esto, mediante un sistema de coordenadas, representa gráficamente el abanico de posibles consecuencias de toda acción humana. El eje X representa el beneficio o perjuicio que obtiene cualquier Fulano, en tanto agente, mientras que el el eje Y mide lo que ganan o pierden los otros involucrados en la acción. Ambos ejes se cruzan en el punto O, a la derecha del cual se grafican las ganancias positivas del Fulano, y a la izquierda, sus pérdidas; en tanto que debajo y por arriba se muestran las pérdidas y ganancias, respectivamente, del Otro. Así, si el Fulano obtiene un beneficio con una acción que provoca una pérdida al Otro, esa acción debe ubicarse en el cuadrante inferior derecho del gráfico (GP), pero si el Fulano obtiene una ganancia negativa, una pérdida, y el Otro un beneficio, la acción se ubica en el cuadrante opuesto, arriba a la derecha (PG). Entonces, una acción virtuosa gracias a la cual ganan todos, tanto quien la ejecuta como quien está involucrado o están involucrados en ella se localizará en el cuadrante superior derecho (GG), y en el cuadrante inferior izquierdo la acción que produce una pérdida tanto para el Fulano como para los demás (PP).
Las ganancias y pérdidas pueden medirse en plata (dólares, pesos, etcétera), pero también en términos emocionales o psicológicos, por ejemplo, lo que, ciertamente, resulta difícil de mesurar con precisión. A pesar de ello, el análisis de costo-beneficio puede ser útil. La cuestión es que, al evaluar las consecuencias para cada persona, se debe usar el sistema de valores del sujeto que experimenta el resultado: al analizar lo que Fulano gana o pierde, debe considerarse cómo lo valora Fulano; pero para saber si el Otro ha ganado o perdido, se debe atender al criterio del Otro.
Una vez armado el marco de referencia, Cipolla establece que su tercera ley fundamental se finca en el siguiente postulado: “todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos”. Y, claro, echando mano de su gráfico cartesiano coloca a cada uno en su lugar: el incauto pierde y provoca ganancias al otro, el inteligente consigue ganar y que los demás ganen, el malvado gana haciendo perder a los demás y, por último, los estúpidos sólo consiguen que todos pierdan, incluyendo ellos mismos.
Tercera regla
Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Aunque esta tercera ley fundamental pueda parecer inverosímil para los seres humanos racionales —pues, como es natural, tienden a no poder concebir el comportamiento irracional—, en la vida cotidiana se encuentran ejemplos que la confirman. Tú y yo, todos hemos tenido experiencias con personas que actuaron en su propio beneficio causando daño a otros, lo que permite identificarlas como malvadas. También hemos conocido a individuos que, al actuar, se perjudicaron a sí mismos mientras favorecían a los demás; estos son considerados incautos. Finalmente, existen situaciones en las que tanto el actor como los demás salieron beneficiados, lo que caracteriza a la persona inteligente. Pero nadie se escapa de sufrir pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor “por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones”. ¿Por qué? Aparentemente en broma, responde Cipolla, “en realidad, no existe explicación —o mejor dicho—, sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida”.