Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 26 de octubre de 2025

Idealismo, locura y verdad

  

Karl Marx (1818-1883) le dedicó su tesis doctoral al papá de su novia:

Usted, mi amigo paternal, fue siempre para mí un argumentum ad oculos [prueba visible] de que el idealismo no es un producto de la imaginación, sino de la verdad.

Las palabras del joven Karl —entonces tenía 23 años— no expresan un oxímoron, aunque sí una tensión conceptual cercana a la paradoja. La tensión entre imaginación y verdad funciona dialécticamente: se afirma que el pensamiento idealista no inventa, sino que descubre lo verdadero.

 

En su tesis doctoral —Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro—, quien habría de convertirse en el pensador más influyente del materialismo histórico presentaba la filosofía de Epicuro (341 a. C. – 270 a. C.) como una crítica frontal al determinismo fatalista de Demócrito (c. 460 –370 a. C.). Marx defende la idea de que la filosofía de la naturaleza de Epicuro es superior a la de Demócrito por la idea del clinamen, la desviación espontánea del átomo. Demócrito defendía un determinismo mecánico regido por la Necesidad, mientras el clinamen —sin el cual los átomos caerían en líneas paralelas sin encontrarse nunca, imposibilitando la formación de los cuerpos— actúa como la indeterminación del átomo, como la ley interna de la materia que rompe el fatalismo y sienta el fundamento ontológico de la irrupción de la autoconciencia y la libertad. Marx utiliza a Epicuro para establecer un materialismo dialéctico.

 

 

 

 

Publicada en 1970 en Leningrado —hoy San Petersburgo— por la editorial soviética Nauka, Demokrit: Teksty, Perevod, Issledovaniya —Demócrito: textos, traducción e investigaciones— es considerada la obra más completa y sistemática jamás realizada sobre la vida, la doctrina y la recepción del filósofo de Abdera. El filólogo e historiador bielorruso Solomon Luria (1891–1964) dedicó más de cuarenta años a reconstruir el pensamiento de Demócrito, cuyas obras originales se perdieron casi por completo. Luria reunió, clasificó y tradujo al ruso todos los fragmentos conocidos y los contextualizó con un vasto aparato crítico, acompañado de un extenso estudio introductorio sobre el atomismo, su influencia en Epicuro y la transmisión del corpus democriteo. El libro fue editado póstumamente por los colegas de Luria del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS —hasta ahora, el libro sólo ha sido traducido al italiano y al inglés—. En una época en que el materialismo dialéctico dominaba el horizonte filosófico soviético, la obra de Luria no fue un mero trabajo académico, sino también una reivindicación: el intento de devolverle voz al primer pensador que concibió un universo hecho de átomos y vacío. 

 

 

 

 

En su Vida de don Quijote y Sancho, Miguel de Unamuno (1864-1936) cuenta que Hipócrates viajó a Abdera a curar de locura a Demócrito, y que luego de hablar un rato con él concluyó que no era un loco sino un sabio. ¿De dónde saca esta anécdota?

 

El episodio no es verídico, al menos no desde el punto de vista histórico. Aunque Heródoto de Halicarnaso (c. 484 – 425 a. C.) fue efectivamente contemporáneo de Demócrito (c. 460-370 a.C.), el historiador no menciona esta anécdota en sus Historias. De hecho, no existe evidencia histórica confiable de que Hipócrates y Demócrito se hayan conocido realmente. Se trata de un relato apócrifo que pertenece al género de la pseudoepigrafía antigua. La anécdota tiene su origen en un conjunto de cartas atribuidas a Hipócrates —Cartas del Pseudo-Hipócrates—, en realidad escritas entre el siglo I a. C. y el siglo I d. C., es decir, varios siglos después de la muerte de Demócrito e Hipócrates. Las cartas que compilan la narrativa completa del supuesto encuentro entre Hipócrates y Demócrito son las numeradas del 10 al 17 en la edición de Littré del siglo XIX. Los pobladores de Abdera escriben a Hipócrates pidiéndole que acuda a curar al filósofo, quien, según ellos, había enloquecido porque se reía de todo constantemente y se dedicaba a disecar animales para estudiar la bilis causante de la locura. Cuando Hipócrates finalmente visita a Demócrito, lo encuentra escribiendo un tratado sobre la locura. Tras conversar con él, el médico concluye que el filósofo no está loco, sino que es el hombre más sabio, y que su risa es la respuesta razonable ante la locura colectiva de la humanidad.

 

 

 

 

El suegro de Marx era un romántico embebido de cultura clásica y un hombre hondamente intimado con la filosofía idealista alemana —Kant, Fichte, Schelling y Hegel—. El señor se llamaba Ludwig von Westphalen, en 1841 tenía 70 años y estaba muy enfermo. En el último párrafo de la misma dedicatoria, Karl agregaba:

No necesito orar por su bienestar físico. El Espíritu es el gran médico versado en magia, a quien usted se ha confiado.

Seguramente el tal Espíritu era el hegeliano; pero quien haya sido, al parecer no juzgó pertinente intervenir: Ludwig von Westphalen fallecería un año después. Johanna Bertha Julie von Westphalen, Jenny, y el doctor Karl Heinrich Marx contraerían nupcias en 1843.

 

 

 

 

Cervantes (1547-1616) no menciona la historia de Hipócrates y Demócrito en el Quijote, aunque sí hace algunas referencias indirectas a la locura ambigua del protagonista que recuerdan el patrón de esta anécdota. Por ejemplo, en el capítulo 30 de la primera parte, el cura describe a don Quijote de la Mancha diciendo:

… fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si se le trata de otras cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino de muy buen entendimiento.

 

 

 

 

En su tesis, Marx cuenta que, según Demetrio y Antístenes, Demócrito viajó a Egipto, Persia, el Mar Rojo, India y Etiopía para estudiar geometría con sacerdotes, convivir con caldeos y gimnosofistas, impulsado su insatisfacción y su insaciable deseo de aprender. Enseguida, más que dialéctico casi poético, escribe:

El saber que él tiene por auténtico es vacío; el que le ofrece un contenido carece de verdad. La anécdota de los antiguos puede ser una fábula, pero es verdadera en cuanto expresa la contradicción de su naturaleza.

Y luego, citando como fuente a Cicerón (siglo I a. C.), refiere que Demócrito se habría privado a sí mismo de la vista para que el entendimiento no se oscureciera en él. Esta otra historia es también leyenda filosófica, no un hecho histórico. La anécdota seguramente fue inventada para simbolizar la epistemología atomista que privilegiaba el conocimiento racional sobre el sensible. Pero, de nuevo, no es simplemente una falsedad. Como el propio Marx dice, puede ser una fábula, pero es verdadera en cuanto a lo que expresa.

 

Todo idealismo, incluso el de un materialista, llevado a su extremo, roza la locura, quizá porque se atreve a tomar en serio la verdad. Demócrito se reía de los demás y lo llamaron demente; Hipócrates lo escuchó y comprendió que la locura residía en los demás. Don Quijote enloqueció de tanto leer verdades imposibles, y Marx comprendió perfectamente que muchas verdades tienen que ser develadas en forma de ficciones. Entre la risa de Abdera, los molinos de La Mancha y la comprensión materialista de la realidad, acaso toda búsqueda de la verdad pase por ese mismo riesgo: el de parecer insensata ante los ojos del mundo. La cordura colectiva protege del pensamiento; la locura solitaria, a veces, lo engendra. La locura no siempre es el extravío de la razón: a veces es su consecuencia más honesta. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Indicios

  

… penetrar cosas secretas y ocultas

a base de elementos poco apreciados o inadvertidos,

de detritos o “desperdicios” de nuestra observación.

Sigmund Freud, El Moisés de Miguel Ángel

 

 

 

 

1898 

 

Según James Strachey, la primera vez que Sigmund Freud escribió el término der Familienroman, “la novela familiar”, fue en una carta dirigida a su amigo Wilhelm Fliess fechada el 20 de junio de 1898.

Todos los neuróticos crean la llamada novela familiar (que se vuelve consciente en la paranoia); sirve por un lado a la necesidad de autoengrandecimiento y por otro como defensa contra el incesto.
 

 

 

1908

 

Freud desarrolló el concepto de novela familiar en un ensayo que debió de escribir en 1908. Inicialmente, aparecería publicado como un agregado del libro de Otto Rank El mito del nacimiento del héroe. No sería sino hasta las posteriores ediciones que el texto sería titulado: La novela familiar del neurótico. Arranca así el padre del psicoanálisis: “En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo”. Sin entrar en sus detalles, basta decir que el planteamiento de Freud es que, para ello, la novela familiar constituye un conjunto de fantasías mediante las cuales el sujeto modifica imaginariamente su vínculo con sus progenitores, elaboraciones fantasmáticas con las que el niño construye un relato alternativo sobre su propio origen.

 

 

1963

 

El galardón más importante de la literatura italiana es el Premio Strega. Lo han merecido, por ejemplo, Cesare Pavese, Alberto Moravia, Primo Levi, Umberto Eco… En 1963 la ganadora fue la palermitana Natalia Ginzburg (1916-1991), por Lessico famigliare. En la nota autoral con la que inicia la novela, ella advierte:

Todos los lugares, hechos y personas que aparecen en este libro son reales. Nada es ficticio… Al escribir, sentía tan profunda intolerancia por cualquier invención, que no he podido cambiar los nombres verdaderos.

Y, efectivamente, en Léxico familiar el lector se encontrará a personajes tan reales como Leone Ginzburg, Camilo Olivetti, Cesare Pavese… Más adelante, en la misma nota, Natalia Ginzburg dice:

… este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela, es decir, sin pedir más, ni tampoco menos, de lo que una novela puede ofrecer.

 

 

1986

 

Bajo el sello editorial Giulio Einaud apareció en 1986 la primera edición de Mitti emblemi spie de Carlo Ginzburg, libro en el que incluye el ensayo “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”. Su tesis central es que hacia fines del siglo XIX surgió un paradigma epistemológico basado en cierto tipo de inferencias: ni inductivas ni deductivas ni abductivas, sino inferencias a partir de indicios. El historiador italiano considera que el origen del paradigma epistemológico de inferencias indiciales se remonta al tiempo en que los humanos dependíamos de la caza y la recolección: “La acumulación de innumerables actos de persecución de la presa le permitió aprender a reconstruir las formas y los movimientos de piezas de caza no visibles, por medio de huellas en el barro, ramas quebradas...”, esto es, de indicios. Inferir a partir de indicios se basa en la capacidad de “remontarse desde datos experimentales aparentemente secundarios a una realidad compleja, no experimentada en forma directa”.

 

 

1939

 

En abril de 1939, en Turín, nació el primogénito de Natalia Levi y Leone Ginzburg, Carlo Ginzburg. Natalia publicaría tres años después su primera novela, El camino que va a la ciudad, con un seudónimo: Alessandra Tornimparte. En la primera reedición del libro ya usaría su nombre de casada, Natalia Ginzburg, con el que firmaría a partir de entonces todas sus obras, incluyendo Léxico familiar.

 

 

1897

 

También según Strachey, en la carta a Fliess del 24 de enero de 1897, Freud, aunque no utiliza aún el término, alude ya a los elementos fundamentales que después conformarían la novela familiar. Freud estudiaba el tema de la brujería y observó que en la paranoia (y posteriormente en todos los neuróticos) aparecía una fantasía típica relacionada con la influencia decisiva de la figura paterna ligada al ideal, y con la creación de mitos genealógicos tendientes al “extrañamiento de la familia”. Los indicios que Freud apunta en la carta son varios: el tema del linaje y la descendencia, la familia propia que aparece como extraña, la idealización paterna, la megalomanía y los mitos genealógicos que llevan a la fantasía de un origen excepcional, la función defensiva contra el reconocimiento de realidades incómodas…

 

 

1874

 

Carlo Ginzburg sostiene que “el conocimiento histórico, como el del médico, es indirecto, indicial y conjetural”, basado en “vestigios, tal vez infinitesimales, que permiten captar una realidad más profunda, de otro modo inaccesible”. Uno de sus tres ejemplos del paradigma del conocimiento a partir de indicios es el método de Giovanni Morelli. Entre 1874 y 1876, bajo el seudónimo de Iván Lermolieff, proponía un sistema para la atribución certera de cuadros antiguos. Frente a la práctica habitual de basarse en los rasgos más evidentes de una obra, fácilmente imitables, Morelli sostenía que “hay que examinar los detalles menos trascendentes e influidos por las características de la escuela pictórica a la que el pintor pertenecía: los lóbulos de las orejas, las uñas, la forma de los dedos de manos y pies”. Al catalogar escrupulosamente tales detalles formales e inconscientes, que el artista ejecutaba de manera automatizada y que un copista pasaba por alto o reproducía con dificultad, Morelli podía identificar la “mano” única del maestro y distinguir así los originales de las copias fraudulentas.

 

 

1914

 

El método psicoanalítico que Freud desarrolló a lo largo de toda su obra se apoyó sistemáticamente en lo que Carlo Ginzburg denomina paradigma indiciario. Freud reconoció explícitamente esta influencia en su ensayo El Moisés de Miguel Ángel (1914), donde estableció la conexión entre su método y el del crítico de arte Giovanni Morelli:

Mucho antes de que pudiera yo haber oído hablar de psicoanálisis vine a enterarme de que un experto en arte, el ruso Iván Lermolieff [Giovanni Morelli]… había provocado una revolución en las pinacotecas de Europa... Habían alcanzado ese resultado prescindiendo de la impresión general y de los rasgos fundamentales de la obra, subrayando en cambio la característica importancia de los detalles secundarios, de las peculiaridades insignificantes, como la conformación de las uñas, de los lóbulos auriculares, de la aureola de los santos y otros elementos que por lo común pasan inadvertidos... Yo creo que su método se halla estrechamente emparentado con la técnica del psicoanálisis. También ésta es capaz de penetrar cosas secretas y ocultas a base de elementos poco apreciados o inadvertidos, de detritos o 'desperdicios' de nuestra observación…

 

 

2025

 

Como Freud en 1897, como Natalia y Carlo Ginzburg, sigo tanteando en busca de sentido entre detalles minúsculos: las palabras que heredé, los gestos que repito, las historias que me cuento para explicarme de dónde vengo. La verdad no siempre se encuentra en lo visible, sino en las costuras, en los márgenes, en lo que parece una nadería, incluso también en las soluciones de la fantasía.

domingo, 12 de octubre de 2025

Abducción

 

 

No se puede realizar el menor avance en el conocimiento

más allá de la fase de la mirada vacua,

si no media una abducción en cada paso.

Charles Sanders Peirce

 

 

 

Inferencia

 

En su auto sacramental El gran teatro del mundo, el madrileño Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) hace que Hermosura diga un soneto. He aquí sus primeros versos:

Viendo estoy mi beldad hermosa y pura;

ni al rey envidio, ni sus triunfos quiero,

pues más imperio ilustre considero

que es el que mi belleza me asegura.

 

Porque si el rey avasallar procura

las vidas, yo, las almas, luego infiero

con causa que mi imperio es el primero,

pues que reina en las almas la hermosura.

En pocas y prosaicas palabras, Hermosura afirma que no envidia al monarca porque si él gobierna cuerpos mortales; ella, almas inmortales. Si el rey domina las vidas de sus súbditos, ella conquista las almas; de ahí infiere que su poder es superior. 

 

Es imposible andar por la vida sin hacer inferencias. Inferir significa extraer una información que no se tenía a partir de ciertos datos, hechos o premisas. Fuera del ámbito de la lógica, inferir también puede significar sospechar, deducir o colegir algo implícito. La inferencia es el núcleo del razonamiento. Inferir proviene del latín inferre, “llevar hacia adentro” o “conducir a”. Inferir es, pues, conducir el pensamiento hacia una consecuencia. Los dos tipos más conocidos de inferencia son la deducción y la inducción.

 

 

Deducción

 

En el siglo III a. C., Eratóstenes de Cirene pudo inferir el tamaño de la Tierra. Sabía que en Siena —hoy Asuán, Egipto—, al mediodía del solsticio de verano el Sol se reflejaba en el fondo de un pozo —esto es, caía justo a plomo—, mientras que, en Alejandría, ese mismo día y a la misma hora, los objetos proyectaban una sombra. Midió el ángulo de esa sombra y obtuvo 7.2 grados, 1/50 del círculo completo. Si la distancia entre ambas ciudades era de unos cinco mil estadios, dedujo que la circunferencia terrestre debía ser 50 veces esa distancia: unos 250 mil estadios, entre 39 mil y 46 mil kilómetros —la medida real es de 40,075 km—. Eratóstenes no midió, infirió: si la Tierra es esférica, la diferencia angular del Sol en dos puntos distantes corresponde al arco que los separa sobre su superficie. El cálculo de Eratóstenes es una deducción geométrica.

 

 

Inducción

 

Isaac Newton (1643-1727) formuló la Ley de la Gravitación Universal mediante un razonamiento inductivo. Newton observó fenómenos particulares: la caída de los cuerpos en la Tierra, el movimiento de la Luna y de los planetas. A partir de estos hechos y tomando en cuenta las leyes de Kepler sobre las órbitas planetarias, generalizó un principio universal: todos los cuerpos se atraen con una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.

 

 

Abducción

 

Freud (1856-1939) no descubrió el inconsciente como quien descubre un objeto físico, ni llegó a determinar su existencia mediante una inducción —generalización a partir de observaciones repetidas— ni tampoco la dedujo —como una conclusión a partir de premisas generales ya establecidas—. Propuso su existencia como la hipótesis necesaria y más coherente para dar sentido a una constelación de fenómenos psíquicos que, de otro modo, resultan incomprensibles. Los sueños, los lapsus, los actos fallidos, los síntomas histéricos, en fin, eran sucesos observados que la ciencia no podía explicar. La única forma de dotarlos de causalidad y propósito fue postular, mediante un salto inferencial creativo, la existencia de una instancia psíquica oculta —el inconsciente—, en la que pulsiones y deseos reprimidos ejercían una presión constante. Así, el inconsciente freudiano no fue un hallazgo ni una generalización inductiva ni una conclusión deductiva, sino la pieza teórica brillantemente inferida sin la cual el rompecabezas de la conducta humana quedaba incompleto. Ahora, si no fue ni fue una inferencia inductiva ni deductiva, ¿qué fue?

 

Charles Sanders Peirce (1839–1914) teorizó el tercer tipo de inferencia y le puso nombre: abducción. La palabra abducción proviene del latín tardío abductio-ōnis, “separación”. El verbo abducir deriva del latín abducere, “llevar lejos”, “llevar fuera” o “apartar”. En el latín clásico, abductio tenía el significado de “rapto” o “secuestro”. El vocablo experimentó una ampliación semántica durante el Renacimiento. Por ejemplo, en anatomía abducción se refiere al movimiento que aleja un órgano del centro corporal, y en el diccionario de la RAE encontramos que es sinónimo de secuestro o rapto. Por su parte, el sentido que Charles Sanders Peirce dio a abducir es el de proponer una conjetura plausible que pueda explicar un hecho sorprendente o inesperado. “La abducción es el proceso de formar una hipótesis explicativa” (Collected Papers). Mientras que la deducción deriva consecuencias necesarias a partir de una ley general y la inducción generaliza a partir de casos particulares, la abducción inventa o crea una ley posible que, si fuera correcta, haría comprensibles tales casos. Peirce resume así la estructura lógica de la abducción: 1) se observa un hecho sorprendente: C; 2) si A fuera verdadero, C resultaría comprensible; 3) por lo tanto, hay razones para pensar que A es verdadero. Peirce comienzó a esbozar el concepto de abducción en la década de 1860, pero lo desarrolla entre 1878 y 1903. Para Peirce, la abducción es el motor del pensamiento científico y creativo: es el tipo de razonamiento que introduce novedad en el conocimiento, de tal suerte que sin ella no habría descubrimientos, pues ni la deducción ni la inducción pueden generar ideas nuevas. La analogía opera como un mecanismo concreto dentro de este proceso: al observar una semejanza estructural entre dos dominios distintos, se abduce que la relación conocida en uno puede explicar el otro. Así, la analogía no sólo descansa en una comparación, sino que expresa un razonamiento abductivo capaz de generar hipótesis plausibles basadas en paralelos formales.

 

Umberto Eco (1932-2016) —Los límites de la interpretación (1990), Semiótica y filosofía del lenguaje (1984) y Cuernos, cascos, zapatos— amplió la teoría de Charles Sanders Peirce para explicar cómo interpretamos los signos en distintos contextos, desde lo más automático hasta lo más creativo, desde la abducción hipercodificada o deducción disfrazada, pasando por la abducción hipocodificada o abducción propiamente dicha —la peirceana—, en la que se ejerce la interpretación, hasta la meta-abducción, la que inventa una nueva regla o teoría para explicar un fenómeno desconcertante, y es base de las grandes revoluciones científicas y artísticas, y modifica el paradigma de comprensión del mundo.

 

Entre los sentidos que perciben y la mente que intenta comprender hay un salto: el de la abducción. Es el instante en que el pensamiento inventa sentido donde había enigma. Sin ese salto, no habría ciencia ni arte, sólo silencio ante lo inexplicable. Conocer no se limita a razonar, exige atreverse a conjeturar.

 

domingo, 5 de octubre de 2025

El sujeto colectivo

 

Delirio

 

El padre del psicoanálisis pensaba que los mitos, la religión, muchas ideologías y en general buena parte de la cultura pueden ser entendidas como delirios colectivos. Según Sigmund Freud (1857-1939), la eficacia de tales “formaciones delirantes” no se sostiene ni en su coherencia lógica ni mucho menos en su correspondencia con la realidad concreta, sino que se explica porque encierran verdades afectivas e inconscientes, transmitidas y repetida desde las experiencias más primitivas del género humano.

Si uno toma a la humanidad como un todo y la pone en lugar del individuo humano aislado, halla que también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad efectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas (Construcciones, 1937).

Aquí Freud propone pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, en paralelo con el individuo. Este planteamiento freudiano forma parte de una rica tradición de conceptualizaciones de la sociedad como una entidad que trasciende la suma de sus individuos. Conforme a esta perspectiva, las sociedades desarrollan conciencia, estructuras psicodinámicas, traumas…, en fin.

 

 

Espíritu

 

Hegel (1770-1831) desarrolló el concepto de Espíritu Objetivo, la conciencia colectiva de la sociedad. Para filósofo alemán, el Espíritu Objetivo abarca “el reino de las costumbres, instituciones, leyes, normas, prácticas, rituales, reglas y tradiciones de las culturas y sociedades”. No es simplemente la suma de conciencias individuales, sino una realidad autónoma que preexiste a los individuos y moldea su desarrollo. El Espíritu se autorealiza históricamente en las instituciones sociales, creando un universo simbólico que trasciende la experiencia personal. Para Hegel, la sociedad es la encarnación del Espíritu Objetivo, la realización histórica y normativa del espíritu libre y racional.

 

 

Voluntad

 

Ferdinand Tönnies (1855-1936) distinguió dos formas de voluntad colectiva: la Wesenwille (voluntad natural), una motivación orgánica e instintiva orientada hacia el bien comunitario de la Gemeinschaft (comunidad), y la Kürwille(voluntad racional), encaminada por el cálculo instrumental que determina el funcionamiento de la Gesellschaft(sociedad).

 

 

Conciencia

 

Émile Durkheim (1858-1917) desarrolló uno de los conceptos más influyentes para entender a la sociedad como sujeto colectivo. El sociólogo francés postuló que una sociedad posee una realidad sui generis que existe más allá de las conciencias individuales. La conciencia colectiva constituye “la totalidad de creencias y sentimientos comunes al promedio de los miembros de una sociedad, formando un sistema determinado que tiene vida propia”. Esta entidad psíquica colectiva no reside en las mentes individuales, sino que existe como un orden simbólico externo que moldea y constriñe el comportamiento de la gente. La conciencia colectiva se manifiesta a través de instituciones, rituales, leyes y otras prácticas culturales que trascienden la experiencia personal. Durkheim distinguió entre solidaridad mecánica, característica de las sociedades tradicionales en las que la conciencia colectiva es muy fuerte y homogénea, y solidaridad orgánica, propia de sociedades modernas en las que esta conciencia se vuelve más abstracta y requiere sistemas legales para mantener la cohesión social.

 

 

Falsa conciencia

 

Aunque Marx (1818-1883) no utilizó la expresión “falsa conciencia”, sí desarrolló conceptos relacionados con esta idea, como el de ideología y el fetichismo de la mercancía, los cuales explican cómo las sociedades generan representaciones distorsionadas de la realidad. Friedrich Engels (1820-1895) acuñó luego el término falsa conciencia, para referirse al fenómeno. Ambos pensadores describieron cómo el capitalismo produce formas invertidas de conciencia que ocultan las verdaderas relaciones sociales de producción. La ideología es un conjunto de ideas falsas que surge de las condiciones materiales de vida en sociedades capitalistas.

 

 

Inconsciente

 

Carl Gustav Jung (1875-1961) distinguió entre el inconsciente personal freudiano y un nivel de estructuras psíquicas universales compartidas por todos los seres humanos, al que llamó inconsciente colectivo. Según el psicoanalista suizo, además del personal, “existe un segundo sistema psíquico de naturaleza colectiva, universal e impersonal, idéntico en todos los individuos”. El inconsciente colectivo jungiano se integra por instintos y arquetipos universales —patrones universales y primitivos de pensamiento y comportamiento—. Jung aplicó esta teoría para analizar fenómenos masivos, como el surgimiento del nazismo, interpretándolo como una manifestación del inconsciente colectivo a través de la influencia de Wotan, el dios teutónico de las tormentas y la guerra. 

 

 

Mente

 

Gustave Le Bon (1841-1931) analizó cómo las personas, al integrarse a una multitud, desarrollan una mente colectiva que funciona según principios diferentes a la racionalidad individual. Le Bon argumentó que en las multitudes “las aptitudes intelectuales de los individuos, y en consecuencia su individualidad, se debilitan. Lo heterogéneo es sumergido por lo homogéneo”. La multitud desarrolla características específicas: impulsividad, irritabilidad, incapacidad de razonar, ausencia de juicio crítico y exageración de sentimientos. El sociólogo francés argumentó que el alma colectiva opera principalmente a través del contagio emocional y la sugestión, haciendo que las multitudes actúen de maneras que los individuos aislados nunca lo harían.

 

 

Estructuras mentales

 

Claude Lévi-Strauss (1908-2009) desarrolló una teoría de las estructuras mentales colectivas que organizan la experiencia cultural humana. Influenciado por Jung, el antropólogo reinterpretó el inconsciente colectivo en términos lingüísticos y estructurales. Para Lévi-Strauss, la mente humana opera según una lógica estructural universal basada en oposiciones binarias, que se manifiesta en sistemas de parentesco, mitos y clasificaciones totémicas. Esta lógica no está sujeta a la realidad concreta, sino que constituye la estructura subyacente del pensamiento humano. Las culturas son manifestaciones de estas estructuras mentales colectivas, que forman parte del inconsciente colectivo, la unidad mental última de la humanidad.

 

 

Imaginación

 

Benedict Anderson (1936-2015) piensa que las naciones son comunidades imaginadas construidas socialmente a través de medios de comunicación y prácticas culturales compartidas. Argumentó que las comunidades nacionales son “imaginadas porque los miembros incluso de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, ni los encontrarán, ni siquiera oirán hablar de ellos; sin embargo, en las mentes de cada uno vive la imagen de su comunión”. Esta imaginación colectiva se sostiene a través de instituciones como periódicos, novelas, censos, mapas y museos. El concepto de Anderson trasciende el nacionalismo para explicar cómo cualquier comunidad grande desarrolla formas de identidad colectiva que existen más allá de las relaciones interpersonales directas, incluyendo comunidades online y movimientos sociales contemporáneos.

 

 

Macroorganismo

 

Todas estas concepciones son metáforas que parten de un mismo símil: pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, a un conglomerado de organismos como un solo macroorganismo. Por ello, vale recordar que el principal impulsor moderno de dicho símil, el naturalista y sociólogo Herbert Spencer (1820-1903), quien popularizó la visión de la sociedad como un macroorganismo, estableció límites claros a su planteamiento. Según Spencer, padre del darwinismo social, la mente en un organismo real reside y se concentra en una parte específica del cuerpo, mientras que en una sociedad no es una entidad centralizada, sino que está dispersa, repartida entre todos los individuos que la componen.

 

 

Nosotros

 

Al final, todas estas nociones —delirio colectivo, espíritu objetivo, conciencia común, voluntad social, inconsciente colectivo, mente de masas, estructuras mentales universales o comunidades imaginadas— apuntan hacia una intuición compartida: resulta imposible entender a la humanidad únicamente como una suma de individuos, pues está habitada por formas de pensamiento, deseo y memoria que la trascienden, que nos trascienden. Concebir a la sociedad como sujeto colectivo es una forma de reconocer que la vida de los humanos se despliega siempre en un entramado simbólico y afectivo que moldea lo individual. Esa es la paradoja: cada uno de nosotros es irreductiblemente singular, una identidad única modelada por el nosotros que nos precede, nos constituye y nos va a sobrevivir.

 

domingo, 28 de septiembre de 2025

Heterotopías

  

Utopía

 

En su libro The Story of Utopias (1922), Lewis Mumford apunta que la palabra utopía actualmente alude tanto a los sueños más disparatados de la esperanza humana y de la imaginación desbordada, como a los programas más racionales de transformar, con inteligencia y trabajo, las instituciones, la sociedad y hasta la condición imperfecta del ser humano. En lo utópico cabe lo deschavetado y lo razonable. Tomás Moro (1478-1535), quien acuñó el vocablo, era consciente de este doble sentido. Incluso, para que sus lectores captaran la paradoja, la evidenció en un cuarteto que lamentablemente suele obviarse en las ediciones modernas de Utopía. Los versos están escritos en latín y comúnmente se editan con el título “De Utopia” o aparecen simplemente como un epigrama. Esta es la versión más comúnmente aceptada:

Utopia priscis dicta ob infrequentiam,

Nunc civitatis aemula Platonicae,

Fortasse vocandum Utopia,

Eutopia, nam sic ego nunquam mea.

Que al español podríamos traducir…

Utopía, llamada así por los antiguos debido a su rareza,

Ahora rival de la ciudad platónica,

Quizá no deba ser llamada Utopía,

Sino Eutopía, pues así nunca sería mía.

 

 

Eutopía

 

El cuarteto no es un adorno, es la condensada declaración de la intención de toda la obra. Moro advierte desde el principio que su Utopía es ambivalente. Por un lado, es un “No-lugar”, una quimera, una sátira que no debe tomarse al pie de la letra porque es esencialmente irrealizable. Por otro, es un modelo ideal, un “Buen lugar”, contra el cual contrastar los defectos de las sociedades europeas de su tiempo para inspirar reformas. Moro no inventó eutopía —del griego εὖ (eu), “bueno”, “bien”, y τόπος (tópos), “lugar”— como un concepto independiente, sino como contraparte del juego de palabras con utopía para evidenciar el carácter paradójico de su libro. A lo largo de más de quinientos años de historia, utopía se posicionó como una palabra de uso común, absorbiendo ambos significados, el lugar ideal y el lugar irreal, mientras que eutopía quedó relegada al cajón de las curiosidades eruditas. Con todo, el término resulta útil para la clasificación de los mundos ficticios, de mundos estrella, sumándose a la triada si consideramos su antónimo directo: distopía.

 

 

Distopía

 

La palabra distopía se forma con el prefijo griego δυσ- (dys-), “malo”, “difícil” o “anormal” —también presente en otras tantas palabras, como disfuncióndistorsióndiscrepancia…—, y la raíz -topía (-τόπος, -tópos), “lugar”. Así que distopía se refiere a un lugar indeseable, opresivo o de degradación social. Muchos afirman que el filósofo y economista británico John Stuart Mill (1806-1873) fue el primero que echó mano del término, dystopia en inglés. En 1868, en un discurso ante la Cámara de los Comunes, criticó la política del gobierno irlandés diciendo: “No puede ser llamado gobierno utópico, sino todo lo contrario, distópico o cacotópico. O quizás sea demasiado halagador llamarlo gobierno; sería más apropiado denominarlo anarquía”. En efecto, como antípoda de utopíacacotopía —del griego kakós, “malo”— era el término generalmente utilizado —la primera aparición que se tiene documentada data de 1715, en la revista británica News from the Dead—.

 

 

Heterotopía

 

Pocas semanas antes de las elecciones de 2018, en Distopía 2018 —un texto publicado en estas mismas páginas— decía yo: Concebir y representar a detalle una utopía es utópico. Distopía y utopía son las dos caras de la misma moneda: “no hay tal lugar”, para usar la fórmula de Quevedo. Si una utopía o una distopía aparecieran cartografiadas en un mapa de este mundo dejarían de serlo: ambas son, como la idea de infinito, definibles, pero indescriptibles, de representación irrealizable…  

 

En cambio, en 1967 —Des espaces autres, una conferencia dictada en el Círculo de Estudios Arquitectónicos—, Michel Foucault acuñó un concepto para referirse a lugares muy de este mundo: heterotopía. Las heterotopías son lugares físicos reales, concretos y localizados, que también son “contraespacios”, sitios que funcionan como contra-emplazamientos, “utopías realizadas” que obedecen a reglas diferentes a las de otros lugares de la sociedad. Son lugares que representan, impugnan o invierten los espacios normativos. Son lugares de crisis o desviación: espacios que dan cabida a individuos o situaciones que se desvían de la generalidad —por ejemplo, hospitales, prisiones, velatorios…—. Su función y significado no son estables, cambian históricamente —v. g.:  cementerios—. En las heterotopías ocurre una yuxtaposición de espacios incompatibles: unen múltiples espacios reales o simbólicos —cines, teatros, estadios…—. Dan lugar a heterocronías porque rompen con el tiempo lineal —museos, bibliotecas, consultorios de psicoanálisis…—. Posibilitan experiencias intermedias entre lo real y lo irreal —elevadores, vagones, túneles…—. Funcionan mediante sistemas de apertura y cierre: están aislados, pero pueden ser accesibles conforme ciertas reglas específicas.

 

Resulta iluminador que el adjetivo heterotópico en medicina se utiliza para describir una condición en la cual un tejido, órgano o estructura del cuerpo se halla localizado fuera de su posición anatómica normal, pero sigue funcionando.

 

El pensador francés dice que el barco es la heterotopía por excelencia porque es un “pedazo flotante de espacio”, un lugar sin lugar inequívoco, que vive por sí mismo y está cerrado sobre sí mismo, pero al mismo tiempo está expuesto a la infinitud del mar. El barco funciona como un espacio aparte, autónomo, que se mueve de puerto en puerto, uniendo lugares fijos. Es un lugar que concentra imaginación y aventura.

 

Así, entre lo que no existe, lo que debería existir, lo que no quisiéramos que existiera y lo que existe de otra manera, los distintos -topoi dibujan el mapa imposible de la imaginación humana. Utopías/eutopías, distopías, y heterotopías son brújulas mentales para orientarnos en la relación entre los espacios que soñamos, los que tememos y los que realmentehabitamos. El desafío quizá siempre sea el mismo: descubrir el mundo.

 

domingo, 21 de septiembre de 2025

Huevos chilangos

  

Terrícolas

 

Primero prepara la salsa: licúa dos tomates con un pedazo de cebolla y tres dientes de ajo: sofríes con un poquito de aceite, sal y pimienta hasta que espese un poco. En otro sartén fríes unas rodajas de plátano macho maduro; que queden doraditas y crujientes. Aparte, saltea un poco de jamón en cubitos y unos chícharos cocidos. Las tortillas las fríes rápido en aceite para que no se rompan, y les untas frijoles refritos. Encima de cada tortilla montas un huevo estrellado, bañas con la salsa, y luego les pones el jamón con chícharos, las rodajas de plátano y, al final, queso fresco desmoronado. ¿Qué cocinamos? Unos huevos motuleños, motuleños como Felipe y Elvia Carrillo Puerto…

 

Motuleño no aparece en el diccionario de la RAE, pero sí en el Diccionario del español de México del Colmex: “que es natural de Motul o se relaciona con esta ciudad yucateca”. Motuleño es, pues, como hidrocálido, de Aguascalientes, un gentilicio, igual que tapatío —de Guadalajara—, guachochense —de Guachochi, Chihuahua—, regiomontano —de Monterrey, Nuevo León—, zapotlanejense —de Zapotlanejo, Jalisco—… Armadillenses son los oriundos del municipio de Armadillo de los Infante, y son también potosinos, como todos los oriundos del estado de San Luis Potosí, México, y como la gente de Potosí, Bolivia. Y con un margen de error que me parece despreciable podría decir que usted y yo y cualquier persona que conozca y nos quede por conocer compartimos un gentilicio: terrícola.

 

 

Gentilicio

 

La RAE da cuenta de tres acepciones para el vocablo gentilicio:

1. adj. Dicho de un adjetivo o de un sustantivo: Que denota relación con un lugar geográfico. 

2. adj. Perteneciente o relativo a las gentes o naciones.

3. adj. Perteneciente o relativo al linaje o familia.

Lugar geográfico, gente, nación, linaje o familia…  Probablemente para usted, lector, los gentilicios que denotan una relación con un lugar geográfico sean los más conocidos: estadounidense, rusa, constantinopolitana, coyoacanense… Claro, también hay gentilicios que se refieren a la pertenencia a un grupo familiar, tribal o dinástico: levita —perteneciente a la tribu de Leví—, judío —de la tribu de Judá—, carolingio —de la dinastía de Carlomagno—, cadmeida—descendiente del fenicio Cadmo, el fundador de Tebas—, etcétera.

 

 

Gente

 

La palabra gentilicio tiene sus raíces en el latín clásico gentilicius, que a su vez deriva de gentilis, con significado primario “que pertenece a un mismo linaje”. El vocablo tiene su núcleo en la voz latina gensgentis, que designaba la tribu, familia, estirpe o cepa. Por supuesto, gentilicio y gente comparten la misma raíz: gens, gentis, que se refería a un grupo de personas con un mismo origen o ascendencia —por ejemplo, la gens Julia era el clan familiar al que pertenecía Julio César—.

 

En la antigüedad romana el gentilicium tenía un significado diferente al actual. En lo absoluto se refería al lugar de origen de una persona, sino al nombre del linaje al que pertenecía un varón. Este nombre formaba parte del tria nomina, sistema onomástico que incluía el praenomen (nombre personal), el nomen gentile (nombre del clan) y el cognomen (apellido familiar). El gentilicium era, por tanto, un elemento identitario que conectaba al individuo con su progenie ancestral.Gentilicio se refería al linaje, no al origen geográfico. Por eso, además del gentilicium, los romanos empleaban la origo, un “indicador de procedencia u origen”, utilizado hasta la época de los Severos. Este término hacía referencia al lugar geográfico de procedencia, complementando la información genealógica. El concepto de natio también jugaba un papel en la denominación de origen. Derivado de nāscor (nacer), natio podía significar nacimiento, pueblo en sentido étnico, especie o clase. Es significativo que en los escritos latinos clásicos se contraponían las nationes, pueblos bárbaros no integrados al Imperio, con la civilitas (ciudadanía), estableciendo una distinción entre el origen étnico-cultural y la pertenencia política.

 

 

Huevos chilangos

 

La gente de la Ciudad de México tiene —tenemos— un gentilicio descontinuado: ya no somos defeños sencillamente porque el DF, el Distrito Federal, el sábado 30 de enero de 2016 dejó de existir. En julio del año siguiente —Chilangos sí, mexicas nel— yo apuntaba: “Según la RAE, para los naturales de la capital de la República Mexicana el gentilicio que nos toca es mexiqueño. A diferencia del horrible mexiquense que sí usa la gente del Estado de México, no conozco a nadie que se diga mexiqueño —más feo— o se refiera como tal a un capitalino…”

 

El gentilicio mexiqueño, en efecto, figuraba en el Diccionario panhispánico de dudas de la RAE, en cuya segunda edición lo definía como “el gentilicio de los naturales de la capital del país”. Desde su primera aparición, la palabreja enfrentó duras críticas por su casi nulo uso. La lexicografía académica proponía un neologismo de formación impecable, pero sin vitalidad en el habla. La supresión de mexiqueño culminó a finales de 2022.

 

En realidad, no es necesario darle muchas vueltas al asunto: chilango se impone. La Academia Mexicana de la Lengua establece que “el vocablo chilango designa a los habitantes de la Ciudad de México, ya sea a los nacidos ahí como a aquellos que se han asentado en ella”. Por su parte, en su aludido diccionario, el Colmex define: “que es originario de la Ciudad de México, que pertenece a esta ciudad o se relaciona con ella; capitalino”. Un estupendo gentilicio, que se establece no sólo por oriundez y pertinencia, sino también por pura relación.

 

Termino aceptando que resulta una pena para la CDMX que no existe una receta oficial o más o menos reconocida llamada “huevos chilangos”, como sí hay los motuleños o los rancheros y, por supuesto, los huevos a la mexicana. Hay hasta huevos divorciados, tirados y aporreados… Va pues la propuesta para que el gobierno de la CDMX convoque cuanto antes a un concurso a bien de llenar ese feo vacío en nuestro menú. Seguro Alejandra Frausto podría organizar muy bien el certamen.